Deberías dejar de estar en las nubes, que siempre pasa lo mismo.
Parece que no te enteras de que al final siempre despeja el día. Las nubes desaparecen y te das cuenta de lo alto que te encuentras a la vez que coges consciencia del guarrazo que te vas a pegar.
Y caes, por supuesto que caes.
Quizá el tiempo de caída sea peor que el golpe en sí. Con esa presión en el pecho que apenas te deja respirar, el corazón acelerado y la cabeza saturada con un sólo pensamiento.
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Y a fin de cuentas no soy más que un barco pirata podrido intentando llegar a buen puerto antes de hundirme arrastrando conmigo a mis queridos compañeros, los que siempre han estado conmigo, los que soportaron rayos y vendavales e incluso intentaron repararme en la medida de lo posible. Y por supuesto, intentando salvar el tesoro que protejo en mi corazón.
domingo, 14 de diciembre de 2014
miércoles, 2 de abril de 2014
Pero pase lo que pase, sigo escribiendo hasta el borde.
Despertó
atado a una cama que desconocía, con los ojos rojos y más frío del que
podía soportar. Alguien le había puesto una vía en el brazo derecho a
traición, rompiendole una vena y provocando un moratón verdoso alrededor
de la aguja. Por el conducto que conectaba la vía con un frasco,
situado a cierta altura, corría un liquido trasparente, ¿sería suero?.
La etiqueta que tenía pegada el frasco resultaba ilegible. ¿Qué estaba
pasando? ¿Por qué estaba allí? ¿Estaba enfermo? En su mente se
arremolinaban mil ideas que no lograba que encajasen. Como piezas
mezcladas de distintos puzzles, nada tenía sentido.
Miró a su alrededor, alguien se habia molestado en decorar la habitación como si fuera la de un hospital, pero estaba claro que no estaba en uno.
La habitación era luminosa y bastante amplia, no tenia televisor ni cuarto de baño. En lo único que se parecía a un hospital era en el gotero, en un viejo electrocardiógrafo que pitaba a su izquierda y algún que otro instrumento más. Siguió el sonido del electrocardiógrafo y se encontró con que tenía compañero de habitación. No lo conocía, pero el largo silencio entre los infernales pitidos que inundaban la habitación le daban a pensar que tampoco le quedaba mucho tiempo para hacerlo. En la pared que tenía en frente habia un marco en el que, al estilo coleccionista, dormían decenas de escalpelos de diferentes épocas.
¿Qué clase de lugar es este? Pensaba.
Su cama estaba situada junto a la ventana, pero a través de ella, desde su posición, tan sólo se observaba un cielo azul cyan por el que volaban un par de... ¿Gaviotas?
Lo ultimo que recordaba era haberse sentado en la silla de su cocina, trajeado y con su maletín listo para ir a trabajar y a su mujer sirviendo un par de tazas de café. Siempre se tomaban un café juntos antes de ir a sus respectivas oficinas.
¿Sería ella, de alguna manera, responsable de su situación? ¡Él no recordaba haberse puesto enfermo!
A pesar de todo, no produjo sonido alguno en ningún momento. Ni gritos de auxilio, ninguna pregunta de las que su mente ansiaba encontrar respuestas... Nada. Tan sólo aquel intermitente pitido...
No por mucho. Poco a poco empezaron a sonar leves pasos fuera de la habitación. Pasos que fueron haciendose más sonoros progresivamente Alguien se acercaba.
Estaba nervioso, tenía miedo, seguía sin recuperar la voz. Estaba consternado. De repente, los pasos cesaron, el pomo de la puerta giró y esta se abrió lentamente.
-Ah, veo que se ha despertado señor García- Era un hombre, caucasico, estatura media y un par de kilos de más. Su pelo, el que aún le quedaba, era canoso, pero no daba la impresión de ser un hombre de más de 30 -Parece ser que no tiene ganas de hablar, no se preocupe. El quirófano está listo. Está cerca, así que mejor será que me encargue de anestesiarlo cuanto antes-.
Mientras el hombre, vestido con bata de laboratorio, le cambiaba el frasco al gotero consiguió medir sus palabras y pedir explicaciones.
-¿Dondé estoy?
-¿No está claro, señor García? Está usted en un hospital.
-Esto no es un hospital.
-Ni usted es un paciente. Ni siquiera está enfermo.
-¿Por qué hay gaviotas fuera?
-Están mejor ahí que aqui dentro, ¿no?.
-Me refiero a qué hacen gaviotas tan lejos de la costa.
Terminando de ajustar el gotero, esbozó una sonrisa, pero no respondió.
-¿Qué me vais a hacer?
-Tranquilicese- Respondió mientras empezaba a empujar la cama. A medida que se acercaban a la puerta el pitido intermitente dejó de serlo- Todo acabará muy pronto.
Avanzaron por un par de largos pasillos. Ver las luces de las lamparas pasar estaba ayudando a la anestesia. Cuando entraron en la zona de quirofanos ya estaba medio dormido.
Pasaban por más y más salas de quirofanos. Tan solo una cortina cortaba la visión de algunos, en otros estaban operando sin tan siquiera correrla.
De repente el hombre dejó de empujar la camilla.
-Observa- dijo.
Adormilado, miró a su alrededor. Habían parado justo al lado de un quirofano en el que estaban operando. Pero, ¿por qué ese? Se fijó un poco mejor y vió que estaban sacandole los organos y poniendolos en las tipicas cajas de trasplantes.
Cuando volvieron a ponerse en marcha consiguió ver la cara de la persona a la que operaban.
-Violet- Murmuró -¿Qué... estáis haciendo... con mi mujer?.
Miró a su alrededor, alguien se habia molestado en decorar la habitación como si fuera la de un hospital, pero estaba claro que no estaba en uno.
La habitación era luminosa y bastante amplia, no tenia televisor ni cuarto de baño. En lo único que se parecía a un hospital era en el gotero, en un viejo electrocardiógrafo que pitaba a su izquierda y algún que otro instrumento más. Siguió el sonido del electrocardiógrafo y se encontró con que tenía compañero de habitación. No lo conocía, pero el largo silencio entre los infernales pitidos que inundaban la habitación le daban a pensar que tampoco le quedaba mucho tiempo para hacerlo. En la pared que tenía en frente habia un marco en el que, al estilo coleccionista, dormían decenas de escalpelos de diferentes épocas.
¿Qué clase de lugar es este? Pensaba.
Su cama estaba situada junto a la ventana, pero a través de ella, desde su posición, tan sólo se observaba un cielo azul cyan por el que volaban un par de... ¿Gaviotas?
Lo ultimo que recordaba era haberse sentado en la silla de su cocina, trajeado y con su maletín listo para ir a trabajar y a su mujer sirviendo un par de tazas de café. Siempre se tomaban un café juntos antes de ir a sus respectivas oficinas.
¿Sería ella, de alguna manera, responsable de su situación? ¡Él no recordaba haberse puesto enfermo!
A pesar de todo, no produjo sonido alguno en ningún momento. Ni gritos de auxilio, ninguna pregunta de las que su mente ansiaba encontrar respuestas... Nada. Tan sólo aquel intermitente pitido...
No por mucho. Poco a poco empezaron a sonar leves pasos fuera de la habitación. Pasos que fueron haciendose más sonoros progresivamente Alguien se acercaba.
Estaba nervioso, tenía miedo, seguía sin recuperar la voz. Estaba consternado. De repente, los pasos cesaron, el pomo de la puerta giró y esta se abrió lentamente.
-Ah, veo que se ha despertado señor García- Era un hombre, caucasico, estatura media y un par de kilos de más. Su pelo, el que aún le quedaba, era canoso, pero no daba la impresión de ser un hombre de más de 30 -Parece ser que no tiene ganas de hablar, no se preocupe. El quirófano está listo. Está cerca, así que mejor será que me encargue de anestesiarlo cuanto antes-.
Mientras el hombre, vestido con bata de laboratorio, le cambiaba el frasco al gotero consiguió medir sus palabras y pedir explicaciones.
-¿Dondé estoy?
-¿No está claro, señor García? Está usted en un hospital.
-Esto no es un hospital.
-Ni usted es un paciente. Ni siquiera está enfermo.
-¿Por qué hay gaviotas fuera?
-Están mejor ahí que aqui dentro, ¿no?.
-Me refiero a qué hacen gaviotas tan lejos de la costa.
Terminando de ajustar el gotero, esbozó una sonrisa, pero no respondió.
-¿Qué me vais a hacer?
-Tranquilicese- Respondió mientras empezaba a empujar la cama. A medida que se acercaban a la puerta el pitido intermitente dejó de serlo- Todo acabará muy pronto.
Avanzaron por un par de largos pasillos. Ver las luces de las lamparas pasar estaba ayudando a la anestesia. Cuando entraron en la zona de quirofanos ya estaba medio dormido.
Pasaban por más y más salas de quirofanos. Tan solo una cortina cortaba la visión de algunos, en otros estaban operando sin tan siquiera correrla.
De repente el hombre dejó de empujar la camilla.
-Observa- dijo.
Adormilado, miró a su alrededor. Habían parado justo al lado de un quirofano en el que estaban operando. Pero, ¿por qué ese? Se fijó un poco mejor y vió que estaban sacandole los organos y poniendolos en las tipicas cajas de trasplantes.
Cuando volvieron a ponerse en marcha consiguió ver la cara de la persona a la que operaban.
-Violet- Murmuró -¿Qué... estáis haciendo... con mi mujer?.
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