jueves, 30 de septiembre de 2010

Y desesperado, sigo buscando sin descanso

        Me declaro oficialmente desesperado.


    Desesperado por reír, por correr, por saltar, por jugar como en aquél entonces... pero todo cambia.
    Ya ni el desorden propio de mi cuarto me es acogedor, tan sólo un profundo sentimiento de malestar me oprime y sólo me deja ganas de gritar, lo cual es más irritante cuando todos duermen.
    Por eso escribo, por despejar mi perturbada mente cuando cientos de voces chillan dentro de ella, cuando esa necesidad por gritar impera por mi ser, sin embargo, aquello a lo que suelen llamar musa parece abandonarme y, por más que la busco, no parece haber dejado el mínimo rastro.
    Mi musa, sería difícil decir con exactitud qué o quién es mi musa, durante muchos años ha pasado de ser la ira, la frustración, la angustia que sentía en aquellos momentos ha otros sentimientos más placenteros... cómo no, el amor... cuántas veces no habré escrito sobre los vaivenes de tan hermoso y profundo sentimiento, y también pasando por aquellas personas amadas.
    Pero, ¿y ahora? Ahora mi musa no aparece y me veo desesperado, desesperado por reír junto a ella, por correr a buscarla, por saltar mil y un obstáculos para encontrarla y entretenerme entre las infinitas caricias que nos depararían juntos, jugando con las palabras para crear vida donde tan sólo hay tinta. Sin embargo, mi musa es caprichosa, actúa como el aire, viene y va... nunca permanece parada en un sitio fijo, eso la alteraría, es como el aire, viene y va, pero siempre deja constancia cuando pasa por tu lado y te silba al oído... Es entonces cuando la tienes que atrapar, es entonces cuando un papel en blanco, misteriosamente cambia a estar lleno de palabras en un idioma que muchas personas son capaces de leer, pero pocas de entender realmente, como los lamentos de un condenado a muerte en sus últimos momentos, encerrado en una celda de una cárcel extranjera, unos lamentos que muchos oyen, pero pocos escuchan, lamentos que aseguran que es inocente cuando quizás, realmente no lo sea, y ese sea su lugar...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Como un niño ante una puerta con mirilla.

    Y por fin, llegó el momento que ansiaba... La siguiente entrada que os disponeis a leer es la última publicación en el blog de Tuenti, lo cual significa que es la última vez que hago un copia y pega, la última vez que nombro a la dichosa red social, que me van a terminar denunciando por derechos de autor y la última vez que leeis algo que llevaba ya algún tiempo escrito. A partir de aquí, todo será novedoso, bueno no, todo no; el escritor seguirá siendo el mismo y seguramente rondará los mismos temas, aunque posiblemente haya alguna que otra sorpresa... Sea como fuese, la siguiente es una entrada de la que me siento orgulloso, una entrada que, realmente, no se de dónde salió; una tarde dije, tengo que escribir algo que se titule tal, y así fue, al día siguiente puse el nombre del título, y me puse a escribir lo que, como siempre, me iba dictando una vocecilla en mi cabeza, mezclada con la vocecilla que grita en mi corazón.


    Como un niño ante una puerta con mirilla. Aug 12 at 01:53

        Encerrado, rodeado de cuatro paredes.

    Con algo tan simple como cruzar una puerta para acceder al mundo que desea... pero dichosa la puerta, que tiene un mecanismo que no consigue llegar a entender para abrirla, puede que este cerrada con llave, y ni siquiera sepa dónde la guarda... Se perdería tras meterla en aquel bolsillo del pantalón azul, aquel que ahora, cuando se mete la mano en el bolsillo, atraviesa la tela por el enorme agujero que tiene... o quizás simplemente ronde por alguna esquina de esas cuatro paredes, que es su propia vida, que le atemorizan, le privan de libertad, le obligan a ser lo que es, sin posibilidad a salir al exterior.

    Lo peor llega cuando se da cuenta de que la puertecita que le separa de todo lo que quiere tiene una mirilla, una pequeña abertura por la que puede contemplar todo aquello que hay fuera de su mundo, y que, aunque esta mirilla queda demasiado alta para él... siempre encuentra alguna silla, caja o juguete en el que subirse para poder observar a aquellos niños más agraciados que han conseguido descifrar el mecanismo de la puerta que les separaba de la felicidad. Niños corriendo, jugando, saltando a la comba, riendo en prados verdes, sin peligro alguno, sin tristeza de ningún tipo, sin la oscuridad de aquellas paredes sin ventanas por la que sólo la luz que se desliza por la abertura provocada entre el suelo y la puerta ilumina debilmente el habitáculo permitiendole ver de si mismo, al igual que del resto de las cosas un contorno sombreado... Y aunque sigue sin conseguir desbloquear esa puerta... sigue sin poder evitar mirar por aquella mirilla, con cierto grado de masoquismo.