Y aquí sigo, en el mismo desierto en el que llevo perdido años. Vagando en busca del próximo oasis lejano que perseguir y que, como tantos otros, al alcanzarlo resultará ser otra ilusión más provocada por mi desesperación de encontrarme.
No recuerdo ya cuantas veces me he parado a sentarme, pensar dónde estoy y a dónde me gustaría ir. No recuerdo cuantas de esas veces he aceptado este desierto, y me he quedado observando la desolación del vacío. Llegó a gustarme. Tanta tranquilidad te permite pensar mucho. No obstante, tiene un problema. Cuanto más tiempo pasa mas te afecta el calor, la sed empieza a llegar y aparecen quemaduras en la piel. Esta situación termina afectando a tu forma de pensar. Quizá tomando medidas desesperadas para salvarte, pero de seguro medidas mal pensadas.
Y a pesar de arder intensamente durante el día, las noches no podrían ser más frías.
lunes, 17 de septiembre de 2018
miércoles, 12 de octubre de 2016
Y me pregunto yo...
¿Por qué mierda termino sintiéndome siempre como una?
¿Por qué sigo decepcionándome?
¿Por qué sigo permitiendo que me hagan daño?
¿Por qué me sigo engañando a mi mismo aún cuando la verdad pasa por mi mente antes de ser confirmada?
Supongo que quién es patético lo es siempre.
¿Por qué sigo decepcionándome?
¿Por qué sigo permitiendo que me hagan daño?
¿Por qué me sigo engañando a mi mismo aún cuando la verdad pasa por mi mente antes de ser confirmada?
Supongo que quién es patético lo es siempre.
viernes, 20 de febrero de 2015
domingo, 18 de enero de 2015
Indirectas.
Ella le mandaba indirectas.
Él las cogía al vuelo, pero se empeñaba en pensar que lo que veía no era lo que realmente pasaba. Que no hacía más que ver lo que quería ver.
Él le mandaba indirectas.
Le mandaba indirectas y se volvía loco pensando que no iban a ningún lado.
Que no había nada que hacer.
----------------------------------------o----------------------------------------
Él le mandaba indirectas.
Ella las cogía al vuelo, pero se empeñaba en pensar que lo que veía no era lo que realmente pasaba. Que no hacía más que ver lo que quería ver.
Ella le mandaba indirectas.
Le mandaba indirectas y se volvía loca pensando que no iban a ningún lado.
Que no había nada que hacer.
Él las cogía al vuelo, pero se empeñaba en pensar que lo que veía no era lo que realmente pasaba. Que no hacía más que ver lo que quería ver.
Él le mandaba indirectas.
Le mandaba indirectas y se volvía loco pensando que no iban a ningún lado.
Que no había nada que hacer.
----------------------------------------o----------------------------------------
Él le mandaba indirectas.
Ella las cogía al vuelo, pero se empeñaba en pensar que lo que veía no era lo que realmente pasaba. Que no hacía más que ver lo que quería ver.
Ella le mandaba indirectas.
Le mandaba indirectas y se volvía loca pensando que no iban a ningún lado.
Que no había nada que hacer.
domingo, 14 de diciembre de 2014
Debería dejar de soñar despierto.
Deberías dejar de estar en las nubes, que siempre pasa lo mismo.
Parece que no te enteras de que al final siempre despeja el día. Las nubes desaparecen y te das cuenta de lo alto que te encuentras a la vez que coges consciencia del guarrazo que te vas a pegar.
Y caes, por supuesto que caes.
Quizá el tiempo de caída sea peor que el golpe en sí. Con esa presión en el pecho que apenas te deja respirar, el corazón acelerado y la cabeza saturada con un sólo pensamiento.
---------------------------------------o--------------------------------------
Y a fin de cuentas no soy más que un barco pirata podrido intentando llegar a buen puerto antes de hundirme arrastrando conmigo a mis queridos compañeros, los que siempre han estado conmigo, los que soportaron rayos y vendavales e incluso intentaron repararme en la medida de lo posible. Y por supuesto, intentando salvar el tesoro que protejo en mi corazón.
Parece que no te enteras de que al final siempre despeja el día. Las nubes desaparecen y te das cuenta de lo alto que te encuentras a la vez que coges consciencia del guarrazo que te vas a pegar.
Y caes, por supuesto que caes.
Quizá el tiempo de caída sea peor que el golpe en sí. Con esa presión en el pecho que apenas te deja respirar, el corazón acelerado y la cabeza saturada con un sólo pensamiento.
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Y a fin de cuentas no soy más que un barco pirata podrido intentando llegar a buen puerto antes de hundirme arrastrando conmigo a mis queridos compañeros, los que siempre han estado conmigo, los que soportaron rayos y vendavales e incluso intentaron repararme en la medida de lo posible. Y por supuesto, intentando salvar el tesoro que protejo en mi corazón.
miércoles, 2 de abril de 2014
Pero pase lo que pase, sigo escribiendo hasta el borde.
Despertó
atado a una cama que desconocía, con los ojos rojos y más frío del que
podía soportar. Alguien le había puesto una vía en el brazo derecho a
traición, rompiendole una vena y provocando un moratón verdoso alrededor
de la aguja. Por el conducto que conectaba la vía con un frasco,
situado a cierta altura, corría un liquido trasparente, ¿sería suero?.
La etiqueta que tenía pegada el frasco resultaba ilegible. ¿Qué estaba
pasando? ¿Por qué estaba allí? ¿Estaba enfermo? En su mente se
arremolinaban mil ideas que no lograba que encajasen. Como piezas
mezcladas de distintos puzzles, nada tenía sentido.
Miró a su alrededor, alguien se habia molestado en decorar la habitación como si fuera la de un hospital, pero estaba claro que no estaba en uno.
La habitación era luminosa y bastante amplia, no tenia televisor ni cuarto de baño. En lo único que se parecía a un hospital era en el gotero, en un viejo electrocardiógrafo que pitaba a su izquierda y algún que otro instrumento más. Siguió el sonido del electrocardiógrafo y se encontró con que tenía compañero de habitación. No lo conocía, pero el largo silencio entre los infernales pitidos que inundaban la habitación le daban a pensar que tampoco le quedaba mucho tiempo para hacerlo. En la pared que tenía en frente habia un marco en el que, al estilo coleccionista, dormían decenas de escalpelos de diferentes épocas.
¿Qué clase de lugar es este? Pensaba.
Su cama estaba situada junto a la ventana, pero a través de ella, desde su posición, tan sólo se observaba un cielo azul cyan por el que volaban un par de... ¿Gaviotas?
Lo ultimo que recordaba era haberse sentado en la silla de su cocina, trajeado y con su maletín listo para ir a trabajar y a su mujer sirviendo un par de tazas de café. Siempre se tomaban un café juntos antes de ir a sus respectivas oficinas.
¿Sería ella, de alguna manera, responsable de su situación? ¡Él no recordaba haberse puesto enfermo!
A pesar de todo, no produjo sonido alguno en ningún momento. Ni gritos de auxilio, ninguna pregunta de las que su mente ansiaba encontrar respuestas... Nada. Tan sólo aquel intermitente pitido...
No por mucho. Poco a poco empezaron a sonar leves pasos fuera de la habitación. Pasos que fueron haciendose más sonoros progresivamente Alguien se acercaba.
Estaba nervioso, tenía miedo, seguía sin recuperar la voz. Estaba consternado. De repente, los pasos cesaron, el pomo de la puerta giró y esta se abrió lentamente.
-Ah, veo que se ha despertado señor García- Era un hombre, caucasico, estatura media y un par de kilos de más. Su pelo, el que aún le quedaba, era canoso, pero no daba la impresión de ser un hombre de más de 30 -Parece ser que no tiene ganas de hablar, no se preocupe. El quirófano está listo. Está cerca, así que mejor será que me encargue de anestesiarlo cuanto antes-.
Mientras el hombre, vestido con bata de laboratorio, le cambiaba el frasco al gotero consiguió medir sus palabras y pedir explicaciones.
-¿Dondé estoy?
-¿No está claro, señor García? Está usted en un hospital.
-Esto no es un hospital.
-Ni usted es un paciente. Ni siquiera está enfermo.
-¿Por qué hay gaviotas fuera?
-Están mejor ahí que aqui dentro, ¿no?.
-Me refiero a qué hacen gaviotas tan lejos de la costa.
Terminando de ajustar el gotero, esbozó una sonrisa, pero no respondió.
-¿Qué me vais a hacer?
-Tranquilicese- Respondió mientras empezaba a empujar la cama. A medida que se acercaban a la puerta el pitido intermitente dejó de serlo- Todo acabará muy pronto.
Avanzaron por un par de largos pasillos. Ver las luces de las lamparas pasar estaba ayudando a la anestesia. Cuando entraron en la zona de quirofanos ya estaba medio dormido.
Pasaban por más y más salas de quirofanos. Tan solo una cortina cortaba la visión de algunos, en otros estaban operando sin tan siquiera correrla.
De repente el hombre dejó de empujar la camilla.
-Observa- dijo.
Adormilado, miró a su alrededor. Habían parado justo al lado de un quirofano en el que estaban operando. Pero, ¿por qué ese? Se fijó un poco mejor y vió que estaban sacandole los organos y poniendolos en las tipicas cajas de trasplantes.
Cuando volvieron a ponerse en marcha consiguió ver la cara de la persona a la que operaban.
-Violet- Murmuró -¿Qué... estáis haciendo... con mi mujer?.
Miró a su alrededor, alguien se habia molestado en decorar la habitación como si fuera la de un hospital, pero estaba claro que no estaba en uno.
La habitación era luminosa y bastante amplia, no tenia televisor ni cuarto de baño. En lo único que se parecía a un hospital era en el gotero, en un viejo electrocardiógrafo que pitaba a su izquierda y algún que otro instrumento más. Siguió el sonido del electrocardiógrafo y se encontró con que tenía compañero de habitación. No lo conocía, pero el largo silencio entre los infernales pitidos que inundaban la habitación le daban a pensar que tampoco le quedaba mucho tiempo para hacerlo. En la pared que tenía en frente habia un marco en el que, al estilo coleccionista, dormían decenas de escalpelos de diferentes épocas.
¿Qué clase de lugar es este? Pensaba.
Su cama estaba situada junto a la ventana, pero a través de ella, desde su posición, tan sólo se observaba un cielo azul cyan por el que volaban un par de... ¿Gaviotas?
Lo ultimo que recordaba era haberse sentado en la silla de su cocina, trajeado y con su maletín listo para ir a trabajar y a su mujer sirviendo un par de tazas de café. Siempre se tomaban un café juntos antes de ir a sus respectivas oficinas.
¿Sería ella, de alguna manera, responsable de su situación? ¡Él no recordaba haberse puesto enfermo!
A pesar de todo, no produjo sonido alguno en ningún momento. Ni gritos de auxilio, ninguna pregunta de las que su mente ansiaba encontrar respuestas... Nada. Tan sólo aquel intermitente pitido...
No por mucho. Poco a poco empezaron a sonar leves pasos fuera de la habitación. Pasos que fueron haciendose más sonoros progresivamente Alguien se acercaba.
Estaba nervioso, tenía miedo, seguía sin recuperar la voz. Estaba consternado. De repente, los pasos cesaron, el pomo de la puerta giró y esta se abrió lentamente.
-Ah, veo que se ha despertado señor García- Era un hombre, caucasico, estatura media y un par de kilos de más. Su pelo, el que aún le quedaba, era canoso, pero no daba la impresión de ser un hombre de más de 30 -Parece ser que no tiene ganas de hablar, no se preocupe. El quirófano está listo. Está cerca, así que mejor será que me encargue de anestesiarlo cuanto antes-.
Mientras el hombre, vestido con bata de laboratorio, le cambiaba el frasco al gotero consiguió medir sus palabras y pedir explicaciones.
-¿Dondé estoy?
-¿No está claro, señor García? Está usted en un hospital.
-Esto no es un hospital.
-Ni usted es un paciente. Ni siquiera está enfermo.
-¿Por qué hay gaviotas fuera?
-Están mejor ahí que aqui dentro, ¿no?.
-Me refiero a qué hacen gaviotas tan lejos de la costa.
Terminando de ajustar el gotero, esbozó una sonrisa, pero no respondió.
-¿Qué me vais a hacer?
-Tranquilicese- Respondió mientras empezaba a empujar la cama. A medida que se acercaban a la puerta el pitido intermitente dejó de serlo- Todo acabará muy pronto.
Avanzaron por un par de largos pasillos. Ver las luces de las lamparas pasar estaba ayudando a la anestesia. Cuando entraron en la zona de quirofanos ya estaba medio dormido.
Pasaban por más y más salas de quirofanos. Tan solo una cortina cortaba la visión de algunos, en otros estaban operando sin tan siquiera correrla.
De repente el hombre dejó de empujar la camilla.
-Observa- dijo.
Adormilado, miró a su alrededor. Habían parado justo al lado de un quirofano en el que estaban operando. Pero, ¿por qué ese? Se fijó un poco mejor y vió que estaban sacandole los organos y poniendolos en las tipicas cajas de trasplantes.
Cuando volvieron a ponerse en marcha consiguió ver la cara de la persona a la que operaban.
-Violet- Murmuró -¿Qué... estáis haciendo... con mi mujer?.
lunes, 14 de febrero de 2011
Carta sobre una vida.
Mi vida se está apagando, y paso los últimos días de mi existencia sentada mirando fijamente una mecedora vacía. Puede sonar triste, puede parecer incluso que chocheo y puede que más de uno lo piense, pero mantengo mi cabeza en mis trece, hasta el punto escribir esta carta, mis pensamientos incontados que solo cuando desfallezca y las aves de rapiña que son mis hijos vengan a arrebañar con los muebles y lo que quede de esta casa, lo que quede de toda mi vida, leerá alguien.
En ocasiones, no me conformo solo con sentarme y simplemente mirarla, sino que no puedo evitar levantarme de mi asiento, dirigirme a ella, balancearla un poco y volver de nuevo a donde estaba sentada para verla moverse, lentamente y cada vez más despacio, hasta terminar parandose del todo, momento en el que vuelvo a repetir el proceso.
Sinceramente, no sabría explicar la expresión que se me queda en la cara... supongo que se mezclará una sonrisa nostalgica con un toque de felicidad con unos ojos tristes medio caídos, eso claro, sin contar con mi pelo canoso, mis pómulos caídos y fofos y las bolsas que permanecen incansablemente debajo de mis ojos. Y justamente es por eso por lo que no puedo dejar de mirar esa mecedora, por esa cara bobalicona que se me queda, por todo lo que significa, por todos los recuerdos, por él. Sí, por él. Esa mecedora me une a él,es era su preferida, en ella pasó media vida viendo la televisión o conversando conmigo, ya que era un gran conversador. Y por supuesto, en esa mecedora estaba cuando le dió el infarto que acabó con su vida.
Él, que decir sobre él... Padre magnífico de mis hijos, trabajador incansable a pesar de que abusaran tantas veces de él en la mina... ¡Dichosa mina!. Estoy segura que la mayoría de sus males eran a causa de las malas condiciones de esta... Poco más y podríamos decir que sus trabajadores más que eso, eran esclavos. Ingleses de negocios sin remordimientos ni conciencia... ¡Mala saña les entre a todos!
Siempre nos ofrecía sus mejores sonrisas en los momentos más dificiles, por supuesto, desde su mecedora. Era un hombre ahorrador, sabía siempre administrar el dinero de forma que tuviesemos para todo lo que necesitabamos y además que sobrase un poco para ahorrar. Era pulcrísimo, le encantaba tener sus zapatos limpios, decía que el estado de unos zapatos decía mucho de un hombre. Se cuidaba el pelo con miles de potingues para evitar la caída y que siempre estuviese sedoso y brillante... Lo conseguía. Y tenía su traje de los domingos, aunque no fuese un hombre de iglesia, le encantaba maquearse. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, cada vez se sentía más y más debil. Aunque su sonrisa nunca se apagó y siempre supo hacer reir a sus nietos cuando venían a casa, fue dejando atrás sus grandes manías, como yo solía llamarlas. En sus últimas ya no era capaz ni de balancearse en su mecedora. En esos momentos, con la voz más triste del mundo al odiarse a sí mismo por su dependencia de los demás, me decía en voz baja: “Cariño, me harías el favor de...”. Nunca le dejé terminar la frase. Sabía que terminaría de hundir su autoestima y era lo último que necesitabamos... Además, sabía que quería, le conocía bien después de toda una vida a su lado. Entonces yo, me levantaba de la silla desde la que le observaba en silencio, con los ojos medio caídos y la sonrisa pronunciada en los labios, me acercaba a él, y tras besarle en la mejilla, le balanceaba un poco y volvía a mi asiento, repitiendo el proceso cuando se volvía a parar.
Y por eso sigo mirando a esa mecedora incansablemente, porque cada vez que la miro, le veo allí, sentado, con su mejor sonrisa en la cara, mirandome igualmente a mi. Por eso a veces, sin escucharle, me acerco a la mecedora y la balanceo un poco, sin darle el beso en la mejilla por miedo a que se esfume y no vuelva...
Y aunque sé que él no está ahí, que es fruto de mi imaginación mezclada con mis recuerdos, no me importa, ya que de cierta forma le sigo sintiendo cerca, sigo sintiendole feliz como un niño y sigo maravillandome de su maravillosa sonrisa, que me alegra el día incluso después de fallecer.
En ocasiones, no me conformo solo con sentarme y simplemente mirarla, sino que no puedo evitar levantarme de mi asiento, dirigirme a ella, balancearla un poco y volver de nuevo a donde estaba sentada para verla moverse, lentamente y cada vez más despacio, hasta terminar parandose del todo, momento en el que vuelvo a repetir el proceso.
Sinceramente, no sabría explicar la expresión que se me queda en la cara... supongo que se mezclará una sonrisa nostalgica con un toque de felicidad con unos ojos tristes medio caídos, eso claro, sin contar con mi pelo canoso, mis pómulos caídos y fofos y las bolsas que permanecen incansablemente debajo de mis ojos. Y justamente es por eso por lo que no puedo dejar de mirar esa mecedora, por esa cara bobalicona que se me queda, por todo lo que significa, por todos los recuerdos, por él. Sí, por él. Esa mecedora me une a él,
Él, que decir sobre él... Padre magnífico de mis hijos, trabajador incansable a pesar de que abusaran tantas veces de él en la mina... ¡Dichosa mina!. Estoy segura que la mayoría de sus males eran a causa de las malas condiciones de esta... Poco más y podríamos decir que sus trabajadores más que eso, eran esclavos. Ingleses de negocios sin remordimientos ni conciencia... ¡Mala saña les entre a todos!
Siempre nos ofrecía sus mejores sonrisas en los momentos más dificiles, por supuesto, desde su mecedora. Era un hombre ahorrador, sabía siempre administrar el dinero de forma que tuviesemos para todo lo que necesitabamos y además que sobrase un poco para ahorrar. Era pulcrísimo, le encantaba tener sus zapatos limpios, decía que el estado de unos zapatos decía mucho de un hombre. Se cuidaba el pelo con miles de potingues para evitar la caída y que siempre estuviese sedoso y brillante... Lo conseguía. Y tenía su traje de los domingos, aunque no fuese un hombre de iglesia, le encantaba maquearse. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, cada vez se sentía más y más debil. Aunque su sonrisa nunca se apagó y siempre supo hacer reir a sus nietos cuando venían a casa, fue dejando atrás sus grandes manías, como yo solía llamarlas. En sus últimas ya no era capaz ni de balancearse en su mecedora. En esos momentos, con la voz más triste del mundo al odiarse a sí mismo por su dependencia de los demás, me decía en voz baja: “Cariño, me harías el favor de...”. Nunca le dejé terminar la frase. Sabía que terminaría de hundir su autoestima y era lo último que necesitabamos... Además, sabía que quería, le conocía bien después de toda una vida a su lado. Entonces yo, me levantaba de la silla desde la que le observaba en silencio, con los ojos medio caídos y la sonrisa pronunciada en los labios, me acercaba a él, y tras besarle en la mejilla, le balanceaba un poco y volvía a mi asiento, repitiendo el proceso cuando se volvía a parar.
Y por eso sigo mirando a esa mecedora incansablemente, porque cada vez que la miro, le veo allí, sentado, con su mejor sonrisa en la cara, mirandome igualmente a mi. Por eso a veces, sin escucharle, me acerco a la mecedora y la balanceo un poco, sin darle el beso en la mejilla por miedo a que se esfume y no vuelva...
Y aunque sé que él no está ahí, que es fruto de mi imaginación mezclada con mis recuerdos, no me importa, ya que de cierta forma le sigo sintiendo cerca, sigo sintiendole feliz como un niño y sigo maravillandome de su maravillosa sonrisa, que me alegra el día incluso después de fallecer.
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