Deberías dejar de estar en las nubes, que siempre pasa lo mismo.
Parece que no te enteras de que al final siempre despeja el día. Las nubes desaparecen y te das cuenta de lo alto que te encuentras a la vez que coges consciencia del guarrazo que te vas a pegar.
Y caes, por supuesto que caes.
Quizá el tiempo de caída sea peor que el golpe en sí. Con esa presión en el pecho que apenas te deja respirar, el corazón acelerado y la cabeza saturada con un sólo pensamiento.
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Y a fin de cuentas no soy más que un barco pirata podrido intentando llegar a buen puerto antes de hundirme arrastrando conmigo a mis queridos compañeros, los que siempre han estado conmigo, los que soportaron rayos y vendavales e incluso intentaron repararme en la medida de lo posible. Y por supuesto, intentando salvar el tesoro que protejo en mi corazón.
domingo, 14 de diciembre de 2014
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